Las sendas no autorizadas amenazan los ecosistemas de montaña

Senda alternativa no señalizada

La proliferación de sendas alternativas no autorizadas en zonas de montaña se ha convertido en un grave problema ambiental que afecta ya a numerosos municipios de nuestro territorio. Esta práctica, llevada a cabo en muchas ocasiones por personas que buscan rutas nuevas o más rápidas, está teniendo consecuencias devastadoras para los ecosistemas y para el equilibrio natural de las sierras.

Pueblos como Segart, en plena Sierra Calderona, han alzado la voz ante la gravedad de la situación. El alcalde, Francisco Garriga, ha denunciado cómo la creación de caminos alternativos —en zonas especialmente sensibles como la Ruta de las Cadenas y la bajada de la Mola— está provocando un deterioro alarmante del monte. «Están rompiendo la montaña», advierte, refiriéndose al daño directo sobre la vegetación y a la pérdida de estructuras agrícolas tradicionales, como los ribazos centenarios que protegen los cultivos.

Pero el problema va mucho más allá del impacto visible. La apertura de nuevas sendas altera el régimen natural de escorrentía: al eliminar la vegetación que retiene el agua de lluvia, se facilita el flujo superficial descontrolado. Esto provoca una erosión acelerada, arrastrando suelo fértil, rocas sueltas y restos vegetales, que acaban en torrentes y barrancos, colapsando en ocasiones infraestructuras rurales y afectando a cultivos situados en cotas inferiores. El agua, canalizada artificialmente por estos caminos improvisados, se convierte en una fuerza destructiva que modifica drásticamente el paisaje y pone en riesgo la regeneración natural del monte.

Municipios como Jarafuel, en el Valle de Ayora-Cofrentes, también han sufrido las consecuencias de estas prácticas irresponsables. Allí, la apertura de sendas no autorizadas ha afectado a especies botánicas endémicas y ha incrementado los riesgos de incendios forestales, al abrir corredores de viento y de acceso humano en zonas previamente protegidas. Daños similares se están registrando en otros lugares como Chulilla, Alcublas o Siete Aguas, donde se ha detectado una preocupante desaparición de formaciones vegetales sensibles como el romero silvestre, el lentisco o diversas especies de orquídeas autóctonas.

La problemática se agrava porque muchos de estos nuevos caminos aparecen promocionados en páginas web y aplicaciones de senderismo, aumentando su uso y, con ello, su impacto. Además, las sendas no homologadas no cuentan con un diseño sostenible ni medidas de protección frente a la erosión, lo que las hace peligrosas tanto para el entorno natural como para los propios senderistas.

La seguridad es otro factor a tener en cuenta: los trazados oficiales están planificados para garantizar la transitabilidad y minimizar riesgos, mientras que los caminos improvisados suelen atravesar zonas de difícil acceso, con pendientes inestables y ausencia de señalización, incrementando los accidentes y el coste de los rescates. El Garbí, en la Sierra Calderona, ha sido escenario de varios rescates recientes en menos de un mes, evidenciando las consecuencias humanas y económicas de este fenómeno.

Desde los ayuntamientos afectados, como el de Segart, se insiste en la necesidad urgente de reforzar la vigilancia en los montes, imponer sanciones ejemplares a quienes habiliten o utilicen sendas no autorizadas, y sensibilizar a la población sobre el grave daño que estas acciones provocan. También se está solicitando a las administraciones superiores que se intensifique la señalización de las rutas homologadas para evitar excusas y fomentar un uso responsable del medio natural.

«El respeto por la montaña empieza por conocer y valorar su fragilidad», recuerda Garriga. La conservación de nuestro patrimonio natural depende en gran medida del comportamiento individual y colectivo de quienes disfrutan de él. Optar siempre por senderos homologados no es solo una cuestión de seguridad personal, sino un acto esencial de respeto hacia los ecosistemas que nos rodean y hacia las generaciones futuras.

El suelo, un recurso no renovable

El suelo es uno de los recursos naturales más valiosos y, paradójicamente, de los menos visibles para el gran público. Su formación es un proceso extremadamente lento —pueden necesitarse siglos para generar apenas unos pocos centímetros de suelo fértil—, y su degradación, en cambio, puede producirse en cuestión de meses o años si se altera su estructura física.

Cuando se abre una senda de manera incontrolada, se destruye la capa superficial del suelo, donde se concentra la materia orgánica, los microorganismos beneficiosos y las raíces finas de las plantas. Esta capa, esencial para el ciclo de nutrientes y el mantenimiento de la biodiversidad, se pierde rápidamente debido a la erosión provocada por la compactación, el pisoteo, y la eliminación de la cubierta vegetal.

Escorrentía y erosión: consecuencias de un mal diseño

Las sendas homologadas están diseñadas teniendo en cuenta el flujo natural del agua, minimizando pendientes y disponiendo de elementos como cunetas, drenajes o escalones para ralentizar la escorrentía superficial. Por el contrario, las sendas improvisadas suelen seguir las líneas de máxima pendiente, favoreciendo la aceleración del agua de lluvia, lo que provoca surcos de erosión («regueros») que evolucionan rápidamente en cárcavas o barrancos.

La escorrentía superficial no solo arrastra partículas de suelo, sino también semillas, materia orgánica y nutrientes, despojando al ecosistema de su fertilidad y alterando los ciclos hidrológicos locales. Además, el agua canalizada artificialmente puede acabar colapsando sendas existentes, caminos rurales y cultivos en cotas inferiores.

Daños a la biodiversidad vegetal

La apertura de sendas también implica la destrucción directa de comunidades vegetales, algunas de ellas compuestas por especies endémicas o protegidas. Plantas adaptadas a condiciones extremas, como las que viven en suelos pobres o en zonas de alta pendiente, ven destruido su hábitat, lo que puede provocar su desaparición local.

En municipios como Segart, Jarafuel o Chulilla, se ha documentado la pérdida de formaciones de matorral mediterráneo, tomillares, pastizales de alto valor ecológico y poblaciones de orquídeas autóctonas debido a la apertura de nuevas rutas de senderismo no autorizadas.

Esta alteración del tapiz vegetal incrementa la exposición del suelo a la radiación solar, reduciendo su capacidad de retención de humedad, aumentando la temperatura superficial y afectando negativamente a la microbiota edáfica, vital para el reciclaje de nutrientes.

Un efecto en cadena

El daño que comienza con la apertura de una pequeña senda puede desencadenar una serie de procesos degradativos que terminan afectando a todo el ecosistema de montaña. La pérdida de suelo fértil dificulta la regeneración natural de la vegetación, lo que a su vez expone más suelo a la erosión en un ciclo vicioso difícil de detener.

Además, la fragmentación del hábitat favorece la entrada de especies invasoras, altera las dinámicas de polinización y dispersión de semillas, y reduce la resiliencia del ecosistema frente a perturbaciones como el cambio climático o los incendios forestales.

Educación, regulación y vigilancia

La conservación de nuestros suelos y montes pasa necesariamente por la educación ambiental de quienes practican actividades en la naturaleza. Es fundamental que senderistas, ciclistas y aficionados a los deportes de montaña comprendan que utilizar únicamente sendas homologadas no es un capricho administrativo, sino una necesidad ecológica.

Además, es imprescindible reforzar la regulación y la vigilancia en los espacios naturales protegidos. La imposición de sanciones a quienes habiliten o utilicen sendas no autorizadas, así como la correcta señalización de los recorridos oficiales, son medidas necesarias para frenar esta tendencia.

Finalmente, resulta esencial fomentar la restauración activa de las sendas ilegales mediante técnicas de bioingeniería, replantación con especies autóctonas y control de la erosión para recuperar, en la medida de lo posible, la funcionalidad ecológica de los terrenos dañados. El uso de ribazos de protección puede servir como base.

La montaña no es un parque temático; es un ecosistema frágil, un reservorio de biodiversidad y un patrimonio colectivo que debemos proteger. Cada senda abierta sin planificación es una herida en el paisaje que tardará décadas —o quizás nunca llegue— a cicatrizar. Como sociedad, estamos obligados a actuar de manera responsable, guiados por el conocimiento científico y el respeto por la naturaleza.

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